jueves, abril 23, 2009

El cochayuyo me la ganó

Hace un año que trabajo en temas de gastronomía nacional. He hecho peripecias con la quínoa, peleado con los piñones y roto mis dedos con avellanas chilenas... Era el turno del misterioso y maloliente cochayuyo.
Leí la receta del libro de la Rengifo que tiene mi madre.... El cochayuyo debía reposar en agua.
Yo aún no entendía como esa cosa dura iba a terminar en un lindo trazo como ensalada, pero bueno, seguí confiada en mis instintos culinarios.
Lo dejé tapado por dos horas y cuando lo abro, sin previo aviso un tentáculo se asomó por la olla y me ataco, había crecido el doble y era viscoso... era terrible, el olor era insoportable (bueno no tanto, pero fuerte)
De ahí lo puse al fuego para que se cocinara el desgraciado, en ese punto me di cuenta que no había vuelta atrás... el rechazo por este humilde producto se había adherido a mis sensaciones culinarias.
Me la ganó, no pude hacerlo parte de mi dieta diaria... El prejucio no fue el problema... fue simplemente su escencia.

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